El primer lunes de octubre sonó el despertador como todos los días a las 6:00. Yo estaba durmiendo en mi cama, cuando el indeseable sonido retumbó en mis oídos. Otra vez comenzaba la semana y tenía que ir a ganarme un sueldo para poder alquilar una casa que no me gustaba, en un barrio detestable.
Pero ese lunes me amaneció diferente las ideas de revolución y cambio azotaban en mi cabeza. Supuse que algo dentro de mi se había cansado de mi indeseable vida, y me presionaba a reaccionar. Esta no era la primera vez que sentía esto, siempre aparecían pensamientos pasajeros de una vida mejor fuera de la locura que se me presentaba fuera de la puerta de mi casa. Me empecé a preguntar si otra vez dejaría que la verdad pase frente a mis ojos y no la tomé, o si esta vez sería distinto.
Pero al final siempre era lo mismo en mi vida. De joven también quise cambiar, y lo hice. Mi juventud fue el despertar del rock argentino y participé, después quise ser una persona académica y respetada pero descubrí que no era lo mío. Después me dejé la barba y protesté a quien sea. En fin mi vida eran cambios y cambios pero nunca felicidad. Giraba y giraba, en un vacío que nunca supe llenar con nada. Aunque lo intenté más de una vez.
Todo eso aplastaba mis pensamientos, hasta que otra vez sonó el despertador. Como todos los martes tenía que ir a trabajar para sostener una vida que nunca me va a hacer feliz, hasta que llegué el día en que terminé.
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