lunes, 12 de noviembre de 2012

La última flor que se lleva el invierno.

El domingo más triste de todo septiembre llegué a casa después de haber caminado sin rumbo toda la tarde. Mis vecinos ya se habían enterado de todo, o simplemente me habían escuchado llorar toda la noche. Me miraban con pena, como se mira al perro sarnoso al que todos le dan comida. Y tal vez, en eso me había convertido en una perra sarnosa con sarna y sin dueña. Una vez en casa, me di cuenta por primera vez que el ya no estaba, tampoco sus cosas... pero cada rincón de la casa atraía un recuerdo a mi mente. Aceptar que una persona se va de nuestras vidas, es más complicado que vivir sin esa persona. Ya no está permitido pensar en un futuro juntos, ni siquiera me permito pensar en el, pero ¿Qué otro consuelo tiene una mujer enamorada? Y así pasará el tiempo, despidiendo en cada suspiro un poco de amor, de sueños, de dulzura hasta despojarme de toda mi feminidad que tan bien habías construido en mí. Pero mientras espero ese día, me seguiré mortificando teniéndote presente cada eterno segundo. Mi vida será solamente un común y corriente calendario de 12 meses, pues ya no quedan motivos para vivir como si no existiera ayer o un mañana, porque ya no tiene sentido saber que me hacías tan feliz. Algún día se iba a terminar lo único que nos unía, la necesidad mutua. Algún día, alguno de los dos se iba a dar cuenta que la compasión no es amor. Y mis manos que solían juntarse en tu espalda y en tus cabellos, hoy se unen a rezarles a todos los santos para que te acompañen en el camino, y para que nunca más te traigan a mi puerta. Espero que nunca te enteres que el mundo me ha quedado grande, que desde que te fuiste me he vuelto una atea que ya no cree en el futuro, porque el dolor del hoy ha atrapado inclusive a las mariposas más hermosas que habitaban en lo más profundo de mi. Allí donde no esperamos nada ni nadie, donde solo conozco de mi existencia, y es lo único necesario. Hasta ahí, corazón, has logrado llegar y permanecer. Probando que eres más fuerte que cualquier ley física, atravesando cada barrera de mi humanidad y espiritualidad. Si supieras de la tristeza, amor, que significa saber que esa parte tan intima mía vivirá convaleciente por tu compañía, y esa otra parte que necesita de alguien morirá en soledad como la última flor que se lleva el invierno.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Ilusiones.

Matar una ilusión es quitar parte de la fantasía de nuestras vidas, que es el motor de nuestros días. Vivir ilusionado, es vivir en la más placentera de las mentiras. Las creamos para colorear nuestra realidad. Triste y vacía sería nuestra existencia sin esta mentira, más triste inclusive, que saber que es una mentira. ¿Acaso alguien tiene un presente tan perfecto, que no necesita soñar? Las ilusiones, son ideales a futuro y cuando alguna de estas muere, también lo hace parte de nosotros. Las ilusiones son tan diversas como personas en el universo. Ya sean de éxito, felicidad, amor, etc. Existen en mundos paralelos, en realidades personales de una vida llena de colores, identificadas por una enorme sonrisa tan sincera como la de los niños. Y por un inmenso dolor en el pecho, cuando estos mundos son destruidos e invadidos, por lo negro y lo crudo de la insoportable realidad. Ilusión y realidad, dos esferas que se disputan en nuestra mente, desde el primero hasta el último de nuestros días. Matar una ilusión, ya sea por suicidio u homicidio es tan humano como dejarlas vivir. El hombre que vive ilusionado es casi tan feliz, como el que cumplió su ilusión. Y, el hombre que no siembra ilusiones es más triste aún, que aquel que vive ilusionado con que sus ilusiones no han muerto