martes, 29 de marzo de 2011

Testimonio.


“Finalmente, ayer después de interminables noches de cansancio pude dormir. Sin embargo, al despertarme siento el enorme deseo de no haber abierto los ojos, y seguir en ese mundo inconciente. Pero de vuelta al mundo de los pensamientos y la conciencia es imposible no recordar aquel día donde todo cambió en mí, para siempre.
No puedo levantarme, tampoco puedo evitar ver o tocar mi cuerpo que luce tan sucio como todo en mi mente, mis palabras, mi habitación. Y aún más horroroso, es despertar rodeada de 4 paredes testigos de la repugnancia. Verlas significa recordar; recordar llorar; y llorar odiar. Odio el odio que le tengo, odio sentirlo, odio su recuerdo. Ni todas las lágrimas que lloraré el resto de mi vida podrán apagar la ira en mi corazón.
Y como si fuera una ventana, imaginándome una salida, pero no hay ventanas en mi cabeza, y al ver afuera continúa todo oscuro, tampoco tengo fuerzas de sentir un sol que caliente mi repugnante piel, ya no hay esperanzas para intentar olfatear una primavera que me quite el olor a vómito lujurioso que tengo.
Quiero cortar los dedos que siguen manoseando mi alma, escuchar de nuevo el latido de mi corazón, hoy masturbado. Dejar de oír mis gritos de auxilio de ayer, cuando su cuerpo atrapó al mío de la manera más cobarde y condenable.”

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